
Hace un poco más de 2,500 años, un príncipe hijo de reyes decidió abandonar el mundo de privilegios que le había sido dado, para vivir como renunciante y descifrar la esencia y el sentido de la vida. Su leyenda, se ha dicho, no se compone de lo que ese hombre fue sino de lo que llegó a ser a través de su búsqueda: el Buda, el “despierto”.
Sidharta Gautama, nombre del Buda, nació seis siglos antes de la era cristiana, en el norte de la India, al pie de los Himalayas, en el territorio hoy conocido como Nepal, en una familia reinante de la aristocracia militar. La leyenda cuenta que el padre de Sidharta lo educó esmeradamente e intentó preservarlo de todo contacto con el sufrimiento. Para ello construyó tres suntuosos palacios para el príncipe, en donde estaba prohibida cualquier cosa que pudiera mostrarle la muerte, el sufrimiento, la vejez o la enfermedad.
Después de varios años, el príncipe salió del palacio para saber del mundo que estaba más allá de sus murallas. En su paseo encontró a un anciano, después a un leproso y en seguida a un adolorido cortejo fúnebre que llevaba un cadáver.

Sidharta presenció así cuatro escenas perturbadoras, que en la doctrina budista se conocen como los Cuatro Signos. Profundamente conmovido, preguntó sobre lo visto al cochero que lo acompañaba, quien le confirmó que la vejez, la enfermedad, el dolor y la muerte eran el destino ineludible de todos los seres humanos.

Por último, Sidharta vio pasar a un hombre santo, un asceta errante que vestía sencillas vestimentas y recibía limosnas en un cuenco. La serenidad y el desapego que el monje transmitía lo convencieron de haber encontrado su camino. Entonces decidió renunciar al mundo y convertirse en un asceta para encontrar la causa y la solución al sufrimiento universal que hasta entonces había ignorado.

La Gran Renunciación se denomina en el budismo el irrevocable y silencioso abandono a su joven esposa y su hijo, que Sidharta realiza a los 29 años para comenzar las etapas que lo llevarán a ser el Buda. Sidharta emprende una batalla que se libra en su propia interioridad. Por eso se ha dicho, con razón, que el budismo empezó como una vivencia personal, y como tal debe vivirse.